Reseña. «La vegetariana» de Han Kang
«Una obra compacta, exquisita y perturbadora que reverberará en las mentes, quizá también en los sueños, de todos sus lectores», jurado del Premio Booker Internacional
La premio nobel de literatura del 2024: Han Kang (Corea del Sur, 1970). Tras el anuncio del galardonado, se suele despertar un mágico interés en los lectores por comprar cuanto antes todos sus libros. Conseguir —ya ni siquiera leer— al menos una de sus obras se convierte en una carrera contra el reloj… Y, bueno, para seguir la corriente, también me propuse leer una de ellas. Compré finalmente su novela más difundida y relevante: La vegetariana (2007), ganadora del The International Booker Prize 2016 por su traducción al inglés. Así que, [no tan] pronto y sin espoilearme, me aventuré a su lectura.
La novela de Han Kang está dividida en tres partes: «La vegetariana», «La mancha mongólica» y «Los árboles en llamas». La historia inicia con la decisión de Yeonghye de dejar de comer carne debido a unas pesadillas extrañas y sangrientas que la atormentan. Esta determinación intempestiva, y en apariencia irracional según la mirada de los demás, provoca los reproches y la desaprobación de su esposo, sus padres y su hermana. Mientras la vida «armoniosa» de su familia comienza a fracturarse, Yeonghye se va sumergiendo en una transformación que la aleja cada vez más de la realidad.
Una voz que no logra imponerse
Es importante detenerme en los tipos de narradores que utiliza Han Kang en La vegetariana porque su elección inicial no me parece gratuita. La primera parte está narrada por el esposo de Yeonghye (un narrador personaje), quien relata la convivencia con su esposa tras su determinación de dejar de consumir carne. La segunda parte continúa la historia de Yeonghye dos años después, pero esta vez se presenta a un narrador en tercera persona que sigue el punto de vista de su cuñado. Finalmente, la tercera parte, donde se muestra la decadencia irreversible de la protagonista, es contada por otro narrador en tercera persona que centra su foco en Inhye, su hermana.
¿Y dónde queda la voz de Yeonghye?1 Pues, obviando los diálogos en los que interviene a lo largo de la novela, su voz se asoma por momentos, casi a empujones, solo en la primera parte de La vegetariana. Me resultó extraño que, en algunos comentarios que alcancé a leer sobre la novela, se asegurara que nunca se le escucha. Está ahí, excluida y casi opacada por la voz de su esposo, pero está presente.
He soñado otra vez.
Alguien mató a una persona y otra ocultó el crimen a la perfección, pero me olvidé de todo cuando me desperté. ¿Habré sido yo la asesina? O quizá fui la asesinada. Si yo fui la asesina, ¿a quién habré matado? ¿A ti tal vez? Era a alguien muy cercano. O quizá fuiste tú el que me mató… (p. 31)
En este punto, surge la pregunta: ¿por qué la primera parte es relatada por el esposo de Yeonghye, y no mantiene el narrador en primera persona para oír también las voces del cuñado o la hermana? Siguiendo el tenor de la novela, podríamos interpretar que en la primera parte se busca crear un mayor efecto de antipatía hacia el esposo al conocer su intimidad y sus pensamientos. Esa repetición constante del «Yo quiero», «Yo deseo», «Yo pensé» del esposo incomoda al lector. Pues su cinismo se percibe con más indolencia, y su desprecio hacia Yeonghye —justificado bajo su raciocinio machista— resulta aún más siniestro.
Vivíamos como si fuéramos desconocidos o, mejor dicho, como si ella fuera mi hermana o la empleada doméstica que hacía la comida y limpiaba la casa. Sin embargo, para un hombre como yo, que estaba en la flor de la vida y había mantenido hasta entonces una relación marital regular —aunque sosa—, resultaba difícil de soportar la larga abstinencia sexual. (p. 34)
La voz de Yeonghye, que apenas se oye, se impone sobre la superficialidad del esposo, sobre su mediocridad y simpleza. Además, su voz tiene más matices: es severa cuando narra sus pesadillas; sincera cuando recrea las escenas violentas que sufrió por parte de su padre durante su infancia; e inocente al descubrir e intentar comprender su cuerpo… Este recurso me parece bastante interesante. Esa contraposición de juicios y personalidades resulta efectiva para transmitir la impotencia de Yeonghye y el descaro de su esposo. Sin embargo, la voz de la protagonista sigue siendo un susurro efímero, que no perdura en toda la novela.
Tras entender la premisa de esta primera parte, surge una nueva pregunta: ¿por qué no continuar con esa voz queda de Yeonghye en toda la novela? Entiendo que la decisión de dejar de comer carne es el principio de una subversión contra la imposición de la figura masculina, representada por el esposo, el padre y el cuñado (a propósito, estos tres personajes carecen de nombre). Pero, aparte de este atrevimiento planteado ya en el primer párrafo de la novela, a la protagonista no se le permite profundizar en sus motivaciones, porque sus acciones son luego juzgadas solo por la mirada de los otros (los hombres y su hermana). Esa voz que se enfrentaba indirectamente a la del esposo ya no se escucha más.
Siempre el cuerpo de otro
La conclusión tras la primera parte de La vegetariana podría ser que Yeonghye ha sido finalmente silenciada por los otros, por ese discurso opresivo bajo el que fue criada (padre) y al que se supeditó durante su matrimonio (esposo). Además, ha pasado de ser una mujer con una identidad perturbada, transgresora y vacilante a ser un cuerpo vacío y dominado.
Aunque en la primera parte se insinuaba, por iniciativa propia, cierta libertad y autonomía del cuerpo de Yeonghye —al optar por andar desnuda o al rechazar el uso del sujetador, por ejemplo—, esta intencionalidad se pierde por completo en la segunda parte. Pasamos, entonces, a presenciar a una Yeonghye totalmente sometida por la figura del cuñado. En este punto de la novela, la protagonista ya es retratada como una persona delirante, frágil, incapaz de tomar decisiones y de discernir la realidad (al final, se le diagnosticará con esquizofrenia). Para mayor escarnio, su cuerpo termina supeditado al deseo del otro.
Entonces él se dio cuenta de qué era lo que le había impactado tanto cuando ella se tendió sobre la sábana al principio. Era un cuerpo exento de deseo y paradójicamente era también el bello cuerpo de una mujer joven. De esa contradicción emanaba una fuente de fugacidad, una fugacidad extraña y sólida. (p. 81)
Esta segunda parte es la más insustancial de La vegetariana. Se presentan varias escenas donde se busca la espectacularización del deseo masculino, y la cosificación del cuerpo de la mujer. Hubiese resultado interesante que Yeonghye, a pesar de balancearse en los límites de su cordura, profundizara en la independencia de su cuerpo —ahora que se ha deshecho del lastre de su esposo— y que comenzara a descubrir los placeres que le otorga su propio sexo. Pero nada de eso se plantea.
Cualquier posible exploración del deseo de Yeonghye queda anulada por la obsesión del cuñado por pintarla y poseer su cuerpo, en un desarrollo que —a mi juicio— resulta bastante prescindible (discurso manido de la contemplación y utilización del cuerpo femenino como obra de arte). Al arrebatarle esa voz que, aunque tenue, lograba contrastar con la de su esposo en la primera parte, la protagonista queda aquí reducida, literalmente, a un mero lienzo.

El cuñado somete real y simbólicamente el cuerpo de Yeonghye. Ella, por su parte, no reacciona. Con su cordura pendiendo de un hilo, acepta el valor superficial de su cuerpo y parece complacida de ser un objeto. ¿Se puede seguir interpretando esto como un acto de rebelión?, ¿aceptar que su cuerpo sea cubierto de flores es una manifestación de su independencia? No lo creo. La fragilidad con la que Yeonghye comienza a ser retratada no me sugiere una actitud de transgresión, sino una muestra de derrota. Atrás quedaron ese sutil cuestionamiento a los maltratos del padre, esos sueños donde parece ocultarse un deseo reprimido por aniquilar a todos, el hastío que la embota y que la obliga a dejar de consumir carne, sin importarle los reproches del esposo. Aquella subversión inicial que daba impulso al relato se ha perdido.
Una insurrección fallida
Y llegamos a la tercera parte de La vegetariana. La mirada de Inhye, su hermana. La mirada de otra mujer.
Quisiera apuntar antes cómo tanto en la segunda como en la tercera parte de la novela, es decir, según las miradas del cuñado y la hermana, Yeonghye ya no solo ha sufrido una transformación que la ha sumido en la esquizofrenia, sino que además empiezan a percibirla como si fuese una niña.
Era una mirada vacía. Por primera vez él pensó que sus ojos eran como los de un niño. Unos ojos que lo contenían todo y a la vez estaban vacíos, unos ojos que solamente un niño podía tener. (p. 111)
¿Será que Yeonghye desea volver a ser una niña? Hace tiempo que dejó de menstruar y, con su peso actual de treinta kilos, apenas queda nada de sus pechos. Desaparecidas todas las características sexuales de una adulta, Yeonghye está acostada en la cama con el aspecto de una niña extraña. (p. 139)
Entonces, ya no se presenta a una Yeonghye-mujer, sino a una Yeonghye-niña. Abandonada a su locura, la protagonista anhela ahora ser un árbol, una niña-árbol (?). ¿La aparición de la niña-árbol es otra manera de enfrentarse a la imposición machista de las figuras masculinas o refleja, más bien, una rendición total, la sentencia de Yeonghye por su fallido intento de rebelión? La mirada de Inhye nos da algunas respuestas.
Tras divorciarse de su esposo al descubrir su infidelidad y el abuso hacia su hermana, Inhye es la única que se encarga del cuidado de Yeonghye en el sanatorio. A pesar de las diferencias que existieron entre ambas, el estado crítico de Yeonghye obliga a su hermana a interactuar con ella de manera más cercana. Así, poco a poco, empieza a comprender sus actitudes, como si entretejiera y desentrañara las causas que la confinaron a ese estado. El narrador, a través de la mirada de Inhye, comienza a detallar y reconfirmar las causas de la decadencia de Yeonghye: la violencia del padre, la represión del esposo, el condicionamiento de la sociedad, etc. El lector ya conocía varias de esas razones, y otras se podían intuir con claridad. Creo que Han Kang subestima a su lector al tratar de cerrar el círculo de manera excesivamente explicativa. Y esa reiteración en tratar las razones que llevaron a Yeonghye a la locura alarga en exceso la narración.
Ahora bien, durante esa comprensión, Inhye se identifica con su hermana y descubre que, en su condición de mujer, también ha padecido, aunque de formas distintas, una opresión similar. Ella también podría haber estado propensa a sucumbir a ese acceso de locura en el que cayó Yeonghye. Sin embargo, entre otras cosas, algo importante la retuvo, algo que probablemente le sirvió de anclaje, una tabla que le permitió sobrellevar el maremoto que arrastró a su hermana: su hijo.
¿Sería que el sufrimiento y el insomnio que padecía ahora los había padecido Yeonghye hacía mucho tiempo y a mayor velocidad que los demás, y había llegado todavía más lejos? ¿Y que un día había acabado por soltar el fino hilo que la unía a la vida diaria? Durante las noches de insomnio de aquellos últimos tres meses, a menudo había pensado, sumida en la confusión, que si no fuera por Jiwu —la responsabilidad que el niño representaba— ella también podría soltar ese hilo. (p. 154)
La inserción del tema de la maternidad en este punto, como otra forma de sometimiento de la mujer por parte de la sociedad, me parece innecesaria. No porque crea que sea un tema que deba evitarse, sino porque, a estas alturas de la novela —a solo diez páginas de terminarse—, este descubrimiento de Inhye solo redunda en una idea que ya no se discute. En esta parte de La vegetariana, la pasividad de los personajes ya me cansa; esa suerte de comprensión infantil de toda la situación me resulta vacía.
La novela concluye con la resignación de las hermanas a ser víctimas de la sociedad que las moldea, limitándose a una contemplación poética (?) de su propia derrota. Han perdido toda capacidad de subversión y han sido absorbidas por una estructura que las oprime sin posibilidad de escape: Yeonghye, completamente desconectada de la realidad, se abandona a una transformación inevitable, mientras que Inhye parece resignarse a un ciclo de aceptación pasiva. Se acabó la rebelión. Ya no hay más enfrentamiento.
A modo de cierre…
La novela no parece plantear un cuestionamiento al estatus machista de la sociedad que retrata. No existe un desafío real a ese orden. En cambio, se limita a reflejar las consecuencias de intentar contrariarlo. En conclusión, La vegetariana de Han Kang retrata la condena de la figura de la mujer al intentar subvertir las bases de una sociedad parametrada bajo el discurso masculino. Salvo en la primera parte, donde hay un atisbo de resistencia, cualquier indicio de conflicto queda suspendido.
Por eso, al terminar la lectura, queda la sensación de haber presenciado únicamente la crónica de una caída anunciada. ¿Es un mensaje derrotista? Sí. ¿Eso buscaba transmitir la autora? Parece que sí. Al no articular un enfrentamiento contra las figuras masculinas de la novela, y solo limitarse a narrar la decadencia de la protagonista —cuyo desenlace es bastante previsible—, la novela carece de una propuesta novedosa. Repito, si solo me describes el proceso de cómo alguien es condenado, e inicialmente planteas una resistencia, pero luego obvias todo eso centrándote en personajes vacíos o conformistas, el resultado es insatisfactorio. Y no, la metáfora de la niña-árbol buscando libertad no me parece un mensaje contundente, sino un recurso efectista y condescendiente.
Con un lenguaje simple, una prosa nada intrincada ni reflexiva, La vegetariana no ofrece sublecturas ni múltiples interpretaciones. Tampoco plantea interrogantes, pero sí abruma con respuestas. Creo que hubiese podido ser un proyecto más trascendental si hubiera mantenido el estilo de la primera parte, pero finalmente no se arriesgó del todo.
Ficha
Autora: Han Kang (Corea del Sur, 1970)
Editorial: Penguin Random House
Traductora: Sunme Yoon
Año: 2024 [2007]
Páginas: 168
Otros libros leídos de la autora: ninguno antes
Valoración:
Entiéndase voz como esa conciencia que toma la batuta de la narración, y que manifiesta una posición ideológica, afectiva, ética, etc., a partir de un yo (por lo que casi siempre recae en un narrador personaje).