Hace algunos meses, mientras leía algunos artículos literarios en la web, me encontré con una reseña llamativa donde se enmarcaba una novela corta con la inusual historia de su autor: diez días después de entregar este manuscrito a su editor, el escritor francés Édouard Levé se suicidó. El título de la obra en cuestión adelantaba un poco ya su destino trágico: Suicidio. Intrigado por esta anécdota, comencé su lectura.
La novela inicia —y este no es un spoiler, pues solo en la primera página se presenta este hecho— con el suicidio de un personaje de 25 años de edad. Impactado por este episodio, su amigo —un personaje innominado— comenzará a narrarnos todo lo que aconteció antes y después de esa muerte, siempre dirigiéndose a ese «tú» (no)presente que iremos conociendo.
¿Qué hace el día de tu cumpleaños? ¿Y el de tu muerte? ¿Lleva flores a tu tumba? ¿Dónde están las fotografías que te sacó? ¿Conserva tu ropa? ¿Siguen teniendo tu olor? ¿Se pone tu colonia? ¿Qué hizo con tus dibujos? ¿Están enmarcados en alguna habitación de su casa? ¿Te hizo un museo?
El narrador no solo expone los escenarios que ha recorrido su amigo o las circunstancias que propiciaron su final, sino que describe minuciosamente su comportamiento, sus actitudes, a modo de homenaje póstumo. Él era un lector apasionado, algo tímido y ermitaño, que gozaba de la literatura clásica, y gran amante del rock. En sus acciones no dejaba entrever ningún indicio que anunciara los planes sobre su muerte.
Tu vida fue menos triste de lo que tu suicidio podría hacer creer. Se ha dicho que moriste de sufrimiento. Pero la tristeza no era tanto tuya como de quienes te recuerdan. Moriste porque buscabas la felicidad a riesgo de encontrar el vacío. Tendremos que esperar a morirnos para saber qué descubriste.
Ahora bien, me gustaría destacar sobremanera el modo de la narración. Si reclamáramos —en este caso, erróneamente, claro está— verosimilitud en la historia, nos preguntaríamos cómo el narrador testigo —o narrador homodiegético si nos ponemos exquisitos con la terminología—, al ser un espectador del personaje central (el suicidado), casi un simple observador de las situaciones, consigue analizar y detallar todo sobre su amigo. Como lector, me resultó imperceptible ese cambio en la narración: pasa con mucho atrevimiento y maestría de un narrador homodiegético a uno heterodiegético, ese narrador capaz de ubicarse en una posición omnisciente y que ilustra desde una perspectiva alejada toda la representación.
Pensabas en cosas que no tenían nada que ver con el ambiente en el que estabas. [...] Mirabas a tu hermano y a tu hermana: sus cuerpos se parecían, pero no te parecías a ninguno de los dos. Estaban tan contentos que no se preguntaban por qué te mantenías distante. Eras el hermano mayor, los habías visto nacer y crecer. Ver las diferencias que te separaban de ellos te daba la impresión de ser ajeno a tu familia.
Nos detalla, entonces, de forma pormenorizada, los pensamientos, intenciones, miedos ya no solo de su amigo, sino de las personas que han interactuado con este, y a quienes él ni ha visto ni conoce; además, no ha estado presente en varias de esas situaciones, lo cual se sobreentiende dado el distanciamiento que durante cierto tiempo mantuvo con su amigo. Al culminar la lectura, me pregunté cómo se consigue esto. Quizá la respuesta se encuentra en cómo Édouard Levé bombardea al lector con escenas pasionales, emotivas, crudas de manera constante. Además, desde el inicio, el narrador se anuncia y representa como alguien íntimo y cercano a su amigo, y en ese grado no resultan extrañas esas «digresiones inverosímiles» en su narración. Me atrevería a decir que muchas veces incluso se siente como un narrador personaje, como si él mismo hubiese vivido lo de su amigo. Él es el otro, él es su amigo, él es el suicidado.
En ese sentido, además, quisiera remarcar que si bien es un libro en donde el suicidio es el «tema central», este no se trata con patetismos o melodramas. Tampoco se busca dilucidar las motivaciones que empujaron al personaje al suicidio y que se descubra algún mensaje soso sobre la depresión y sus trágicas consecuencias. Este libro trata sobre la ausencia, sobre el sentimiento latente de la pérdida que sobrecoge de formas inesperadas y violentas. Esta novela es un réquiem fragmentado que nos sumerge en un dolor que no caduca, que no frena. Quizá lo único malo del Suicidio es que se acaba muy pronto.
La felicidad me precede / La tristeza me sigue / La muerte me espera
Ficha
Autor: Édouard Levé (París, 1965-2007)
Editorial: Eterna Cadencia Editora
Traductor: Matías Battistón
Año: 2008 (cuarta reimpresión: 2022)
Páginas: 96
Otros libros leídos del autor: ninguno antes
Valoración: