Reseña. «El señor de las moscas» de William Golding
«Fábula moral acerca de la condición humana, "El señor de las moscas" es además un prodigioso relato literario susceptible de lecturas diversas y aun opuestas» (Nota de la edición).
Entre los clásicos de literatura universal que aún tenía pendientes de leer, se encontraba El señor de las moscas (1954), del premio nobel inglés William Golding. No hace mucho logré conseguir el libro en la edición de Alianza Editorial, así que, pronto y sin espoilearme, me aventuré a su lectura.
El señor de las moscas narra la historia de un grupo de niños de entre seis y doce años que, tras un accidente aéreo, queda atrapado en un isla deshabitada. A pesar de que Ralph, uno de los mayores, es elegido como líder, Jack y otro grupo de pequeños se «rebelan» contra su autoridad y se entabla una rivalidad entre ambos bandos. Los enfrentamientos entre ellos se vuelven cada vez más violentos y la isla se va convirtiendo progresivamente en un lugar peligroso.
El tema principal de El señor de las moscas es el enfrentamiento entre la civilización y la barbarie, representadas por Ralph y Jack, respectivamente. A partir de esta línea temática se desarrollan situaciones en donde se cuestiona el sentido de moralidad, los vicios del poder, la deshumanización de los personajes, etc. Todos estos temas se relacionan con lo que a mi parecer es lo más interesante de El señor de las moscas: el empleo de diferentes elementos simbólicos. Por ejemplo, la caracola es el símbolo del orden y de la autoridad; y su destrucción representa el colapso de la civilización que Jack y su séquito pretenden mantener. También el Señor de las Moscas, esa cabeza de cerdo empalada que se luce en algunos pasajes de la novela, refleja la brutalidad y la persistencia de una bestialidad que acecha a los niños. William Golding se sirve de estas y otras alegorías para explorar los límites de la naturaleza humana.
Todo se paralizaba, salvo las moscas, que poco a poco ennegrecían a su Señor y daban a la masa de intestinos el aspecto de un montón de brillantes carbones. Ignoraron por completo a Simon, incluso al rompérsele una vena de la nariz y brotarle la sangre; preferían el fuerte sabor del cerdo. (p. 244)

El fuego me parece el símbolo más interesante de El señor de las moscas. En el mito de Prometeo, el fuego representaba el conocimiento, una manera en que la humanidad alcanzara la civilización y el progreso, y escapara de esa oscuridad a la que había sido condenada por los dioses. En la novela de William Golding, el accionar del grupo de Jack, el de «los salvajes», es el que más se asemeja al mito griego, pues al robar los lentes de Piggy obtienen el fuego para poder cocinar, protegerse y sobrevivir en ese mundo oscuro y peligroso al que han ido a parar. Sin embargo, a pesar de haber accedido a ese conocimiento/fuego, su salvajismo y violencia se acrecienta, alejándose de ese ideal de Prometeo de que la humanidad abandonara su primitivismo. Y es que Jack se ha propuesto renunciar al mundo exterior dominado por los adultos y sus normas; para cumplir con ello, se dejará caer en la brutalidad sin sentir ningún remordimiento por las consecuencias.
—¡Mirad eso! ¿A eso le llamáis una hoguera de señal? Eso es una fogata para cocinar. Y ahora comeréis y ya no habrá humo. ¿Es que no lo entendéis? Puede que haya un barco allá afuera…
Calló, vencido por el silencio y la disfrazada anonimidad del grupo que defendía
la entrada. (p. 300)

Jack y su grupo son mis personajes favoritos porque su rebeldía subvierte constantemente el orden «normal» de las cosas. La lógica dicta que la supervivencia de los niños se encuentra fuera de la isla, y —volviendo al símbolo anterior— el fuego es la señal necesaria para que los encuentren y rescaten. Sin embargo, para el revolucionario Jack, el fuego es un medio con el cual mantenerse dentro de la isla, lejos de los adultos y así poder sobre-vivir en ella con autonomía e independencia. Es interesante cómo Jack cumple con la connotación por antonomasia de los conceptos de dentro y fuera: lo dentro como el asilo, la protección y la confianza; y lo fuera como el peligro, el desconocimiento y la inseguridad. Evidentemente, en este caso, la normalidad —representada por Ralph— nos diría que lo que está fuera de la isla es el auténtico refugio, el hogar.
Quizá lo que menos me gustó de El señor de las moscas fue la rigidez de varios de sus personajes: salvo Jack, todos son marcadamente arquetípicos, representan su rol sin ningún tipo de matiz. Asimismo, varios pasajes en la convivencia de los niños me parecieron demasiado extensos e innecesarios. Por momentos esperaba un poco más de violencia y agresividad que, claro está, se correspondiese con la penuria de un grupo de niños abandonados a la deriva en una isla desierta.
Aun así, El señor de las moscas tiene pasajes bastante memorables: la alucinación de Simon con el Señor de las Moscas y su desenlace me parece el momento más impactante. Además, como vimos con el ejemplo de la adquisición del conocimiento/fuego prometeico, utilizado con diferentes fines, William Golding nos muestra que la humanidad no se rige siempre por una dinámica juiciosa y civilizada, sino que muchas veces la naturaleza humana se deja guiar por sus instintos más básicos.
Definitivamente, este es un clásico que todos deberían de leer.
Ficha
Autor: William Golding (Reino Unido, 1911-1993)
Editorial: Alianza Editorial
Traductora: Carmen Vergara
Año: 1954 [2006]
Páginas: 343
Otros libros leídos del autor: ninguno antes
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